Bongwutsi, un país africano, que no aparece en los mapas, y a
pesar de ello, es regido, no por un rey ni por un príncipe, sino por un
emperador, que cuenta con embajadas de las principales potencias y cuyo clima es
tropical, con lluvias torrenciales y una canícula perpetua, en donde jamás
corre el viento, de modo que elevar un barrilete en sus cielos resulta
imposible, es el escenario que nos propone Osvaldo Soriano para su novela,
"A sus plantas rendido un león". Un despliegue de fantasía y humor,
una suerte de ucronía disparatada, que, a pesar de ello, devela el alma del
argentino sencillo, amante del terruño y de buen corazón, siempre a la caza de
una oportunidad que le permita ir tirando, es decir, vivir el día, y se puede, si
la suerte no se empeña en despeñarlo, ganarle la mano a la vida; una especie de
pícaro querible y medio loco, encarnado en la novela por el cónsul Bertoldi, a
quien a menudo se lo trata con el rango de embajador, pero que en realidad es
tan solo un funcionario allegado al consulado, quien se hizo del cargo luego de
que el verdadero cónsul abandonara Botwundi, por motivos que no quedan claros,
pero que parecen tener relación el golpe militar en la Argentina de los 70.
El cónsul Bertoldi, a la sazón viudo, es el amante de la
mujer del embajador inglés. Un buen día, recibe un mensaje oficial en que se le
informa que se ha establecido una zona de exclusión en torno a la embajada británica,
zona a la cual, en lo sucesivo, no podrá entrar ningún ciudadano argentino;
como no hay otro compatriota en más de cinco mil kilómetros a la redonda, el cónsul
Bertoldi llega a la conclusión de que el embajador inglés ha descubierto los
amores clandestinos de su mujer y ha tomado dichas medidas en consecuencia. El
cónsul, aunque lo lamenta y se duele por su amante, más lamenta el hecho de que
ya no podrá cobrar su sueldo, ya que era el embajador británico quién
autorizaba el pago del cheque, que aún llegaba a nombre del antiguo cónsul.
Demás está decir que Bertoldi vive casi en la miseria.
Ignora el cónsul que la Argentina ha invadido las Malvinas y
que el embajador nada sabe de sus deliquios amorosos.
Al mismo tiempo, en Europa, Lauri, un exiliado argentino, a
quien ningún gobierno quiere dar asilo, se encuentra con Quomo, un admirador de
Lenin, quien encabezó una revolución comunista en Bongwutsi, derrocó al emperador
y organizó una peculiar república socialista, de carácter asambleísta, que los
rusos combatieron por infantilismo revolucionario. Como corolario, Quomo fue
condenado a ser fusilado en la selva, pero su oratoria incansable y el
romanticismo del oficial que comandaba al pelotón de fusilamiento, lo salvaron
de las balas; el oficial lo dejó abandonado a su suerte, para no tener que
matarlo, asumiendo que de todos modos no sobreviviría. Quomo, sin embargo,
luego de diversas aventuras y desventuras, termina como exiliado en Europa,
esperando el momento de su regreso triunfante a Bongwutsi, nuevamente bajo el
protectorado inglés. Y la oportunidad se presenta en el momento en que los
británicos ven distraída su atención hacia las Malvinas. Quomo necesita a Lauri
para lograr sus propósitos y se las arregla para que éste lo ayude.
Entretanto, una
avanzada de la revolución, un irlandés, fanático, romántico y algo infantil,
aparece en la sala del consulado argentino en Bongwutsi, solicitando asilo.
A partir de ese momento, la trama está armada: sólo resta
leer.
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