viernes, 3 de agosto de 2012

LA ASEPSIA DE LAS LETRAS


Es llamativo el prurito inquisidor con que demasiados académicos, muchos críticos y no pocos escritores, manifiestan su repulsa  ante la literatura de tinte político. En su afán de deslindar lo artístico de lo contingente, tildan, incluso, de panfletarios las creaciones de los llamados escritores comprometidos, cuando no meramente  realistas.
Para ellos, pareciera no haber mérito artístico en una obra de connotación social o de crítica sistémica. Por desgracia, hasta hoy pareciera no haber un Moisés que nos obsequie las necesarias Tablas de la Ley para realizar la tan anhelada purga.
Por lo mismo, fracasan los academicistas a la hora de plantear cánones apriorísticos para evaluar una obra literaria; la alharaca de los críticos  cae en el vacío, y los escritores siguen rebelándose frente a los límites extrínsecos a su talento y creatividad.
El llamado “arte por el arte”, tropieza, a mi modo de ver, con al menos un par de obstáculos. El primero dice relación con el Quién. Quién decide, quién determina, quién juzga.
Tanto las posturas puristas como las eclécticas, pecan de soberbia, toda vez que se yerguen en jueces, en este caso, del arte literario. Acusan y sentencian, habiéndose erigido, ante sí y por sí, como los depositarios de la sabiduría estética.
El otro problema que enfrenta el purismo literario, es que la realidad es porfiada y contumaz, y deja asentada en la historia de la literatura, la huella de “demasiados” poetas “contaminados” por la realidad, la crítica social, los ideales políticos y las demandas de justicia:
“Carne de yugo ha nacido/más humillado que bello/con el cuello perseguido/por el yugo para el cuello” versificaba Miguel Hernández.
“Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,/decidme: aquí fui castigado/porque la joya no brillo o la tierra/ no entrego a tiempo la piedra o el grano” escribía Neruda.
Los ejemplos podrían multiplicarse. Ernesto Cardenal, Bertolt Brecht, John Steinbeck, Eduardo Galeano, son sólo algunos de los escritores que se me vienen a la mente. La lectura cuidadosa de sus obras encontrará en ellos, no sólo un profundo compromiso político y social, sino también un exquisito sentido estético.   
Ahora bien, los puristas del arte por el arte abominan de la contaminación política de las letras, cabe preguntarse: ¿por qué se ha de denostar tan sólo dicha “contaminación”? ¿Por qué no preocuparse también de la “contaminación” religiosa? La obra entera de los místicos desaparecería de un plumazo. Títulos como “Rosario de sonetos líricos” (Unamuno) sería tildado al menos de sospechoso. ¿Y si nos preocupamos de la “peligrosa” tendencia a mezclar la psicología con la literatura? Habría que cuestionar seriamente el valor literario de obras como “El Túnel”, “Abaddón El Exterminador” y “Sobre Héroes y Tumbas”, de Ernesto Sábato, “La Familia de Pascual Duarte”, de Camilo José Cela, o “El Extranjero” de Albert Camus, demasiado cercanas a la locura como para no remitirlas al terreno de los nosocomios. ¿Y la novela histórica? ¿Qué más contaminado que aquello?  Sin duda he llevado estas palabras al extremo de la caricatura; pero ¿acaso no es extremo pretender la asepsia literaria? Hasta Borges se “contaminaba” de su erudición. Ni siquiera el modernismo se salva: baste recordar el poema a Roosevelt que escribiera  Rubén Darío.
¿Por qué vetar entonces la expresión de los ideales políticos en la literatura? Sólo una visión interesada – e interesada políticamente – podría pretender separar de un modo tan brutal, la ética de la estética.
La literatura es vida, en todas y cada una de sus manifestaciones; en ella tienen cabida autores como Huidobro, Borges y Cortázar, así como también Guillén, Gorki y Goytisolo.   
“Nada humano me es ajeno” – decía Terencio. Y nada humano le es ajeno al arte, la poesía y las letras.

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