¡Qué se jodan! Ha dicho hace poco
una diputada española, en el momento en que se anunciaron nuevas medidas de “austeridad”,
que dañan al ya malherido pueblo español. Y ¡que se jodan! ha respondido con
amargura Manuel
Meneses Jiménez, en un artículo difundido en INTERNET, pensando en
el ciudadano común, ese que se arrellana en su sofá a mirar semi-idiotizado la
TV, y que carece del más mínimo repertorio de respuestas frente a una realidad
que lo aplasta y somete. ¡Qué se jodan! porque debiera levantarse, y no lo
hace, porque debiera rebelarse y se resigna, porque debiera defenderse y tan
sólo se queja.
Sin embargo, pienso que, aunque la crítica es
correcta, que asumir el "¡que se jodan! como contra-consigna, no es un
aserto feliz, en tanto desconoce aspectos del aparato de dominación post
moderno que conllevan a la desmotivación, aplanamiento y sojuzgamiento de los
esclavos contemporáneos, de los cuales, querámoslo o no, somos parte; ya
Marcuse, en los años 80, en "El Hombre Unidimensional", describía
parte de dicha forma de dominación; Noam Chomsky ha sacado a la luz, brillantemente,
otros aspectos del control que ejercen los grandes poderes sobre las personas.
El Schok, descrito por Naomi Klein, es también otro de los recursos del
sistema.
Por otra parte, solemos caer en
la falacia de que el acceso masivo a la información debiera "remover consciencias",
si es que el peso de la realidad no las ha sacudido lo suficiente todavía; sin
embargo, Lyotard, a mi juicio bastante afín al sistema, entrega otra pista en
dicho sentido, cuando refiere que el conocimiento actual es denotativo y no
apelativo; por lo mismo, desprovisto de valor de uso y sólo investido de valor
de cambio; dicho conocimiento, por tanto, es remplazable por cualquier otro,
sin que deje de ser verdadero; basta con que el que lo desplaza más actual y –
por supuesto – redituable. Presentismo absoluto. Y dicho presentismo,
abrumador, sobre cargado, no permite formarse una perspectiva histórica. Ahora bien ¿qué conocimiento es el
que se ofrece al consumo? Obviamente, el que pautean los
"decididores", vale decir, los dueños de los canales de TV, los poseedores
de satélites, quienes acaparan los diarios
y los medios de difusión, los que contratan "expertos", los
que enarbolan las banderas de la crisis, manteniéndonos preocupados de los
guarismos de la bolsa, pero cuidándose de soslayar la pregunta de porqué los
problemas de los bancos los debe resolver el Estado, porqué la población debe
asumir los costos de los malos negocios del capital privado. No es de extrañar,
por tanto, la entronización de la farándula y el deporte en los noticiarios de
TV, la proliferación de los "reality", de las telenovelas y las
películas de “acción”, sin considerar los vacíos programas
"juveniles" y los engendros en los cuales la farándula habla de sí
misma. La "industria de la entretención" ha dominado el planeta; ya no es extraño ver
actores mediocres que terminan siendo presidentes, gobernadores, alcaldes o
diputados... La imagen, entonces, deviene en éxito. Todos los días se respira información vacía de sustancia y valor.
El ciudadano llanto entonces
subsiste (sub-existe) atrapado por la monstruosa araña del capital global.
Darle valor apelativo a la
información se constituye, de este modo, en imperativo para quienes han logrado
mantenerse pensantes; pero no basta con la indignación. Es imprescindible la
acción.
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