sábado, 23 de junio de 2012

Castel y Otelo.

   Volví a leer "El Túnel" de Sábato, creo que por cuarta vez, y ahora estoy re-leyendo Otelo; además, revisé un par de escritos sobre Paranoia, de Gaëtan Gatian de Clérembault, uno de los clásicos de la psiquiatría francesa; estoy convencido de que Juan Pablo Castel supera a Otelo en materia de celos, porque Castel "el pintor que mató a María Iribarne", no necesita de las intrigas de Yago para desencadenar una tragedia; tiene su propio Yago interno, pero un Yago sin propósito, sin siquiera maldad, un Yago que teje intrigas de la nada y para nada, que no siembra pruebas, porque no las necesita, las encuentra a medida que las crea con un pensamiento impecable, pero desquiciado.
De esto se tratará mi próximo ensayo.
Espero compartirlo con todos ustedes.

viernes, 15 de junio de 2012

CINCUENTENARIO

          Cincuenta vueltas ha dado la tierra en torno al sol, y ni siquiera ese dato astronómico ha logrado marearme lo suficiente como para sentirme un hombre mayor. Cincuenta años. ¿Cómo se celebra una ocasión como está? Ya Broges nos advertía que éstos hitos no muestran sino nuestra predilección por el sistema decimal. La virosis respiratoria que me aqueja no es más mortal hoy que ayer, a pesar del rotundo cambio de folio. Tampoco soy más sabio. Quizá sí un poco más resignado. Hace un par de años pensaba celebrar mi cincuntenario con un viaje a Europa; problemas financiero - míos, no los de Europa - me movieron a posponerlo... Pero como no soy de los que amilanan, sobre todo en cuanto a viajes, logré planificar uno al amazonas peruano. Al alcance del presupuesto, interesantes perspectivas fotográficas, sin trámites engorrosos... ¡Pero la enfermedad quiso otra cosa! Y aquí estoy, postrado en cama, con escalofrios, cefalea, unas horribles puntadas en el oído izquierdo, tosiendo, congestionado y con una disnea incipiente, que preludia una noche de broncodilatador...  Y que conste que no es que uno de pronto se haya puesto viejo, no. La verdad es que estoy así desde antes de la cincuentena... o sea, desde ayer.
          Mi padre me había propuesto que celebráramos juntos nuestros cumpleaños; después de todo, él cumplió 75 el uno de este mes. Una fiesta grande, con toda la familia, hasta esos parientes que uno sólo encuentra el ocasiones como... bueno, lo reconozco, cuando se cumple medio siglo, o tres cuartos, en el caso de don René.
         Pero yo, que no, que prefiero regalarme un viaje, que no me gusta el baile, que con la música ni siquiera se conversa bien... Que no fuera egoísta, me dijo entonces. Yo me callé. Después de todo, recuerdo que de niño prefería mis fantasías privadas a los juegos de mis hermanos, que abría sólo mis regalos y no me gustaba que tocaran mis juguetes. Genio y figura, entonces...
         El caso es que mi padre celebró su cumpleaños en casa grande. Hace ya un par de años decidió ampliar su casa, en el campo, para poder recibir el día de su cumpelaños, a sus hijos y nietos, y quizá hasta a sus bisnietas... El comedor es enorme y tiene unos ventanales preciosos... por los que el calor huye en desbandada. Pero, en el sur, sería imperdonable privar a los contertulios del goce del paisaje, que siempre es bello, aunque en invierno de los cerezos sólo cuelguen gotas de lluvia...
         Por problemas de salud, celebró su cumpleaños la semana pasada. Mi madre, como siempre, nos colmó de manajares hasta la glotonería. La conversación, amena, como es costumbre, y con perpetuos desacuerdos, no tanto en política, como en economía... Risas, apagado de velas con canción y todo, y 300 kilómetros de vuelta, con un malestarcillo que no podía presagiar algo bueno. Los consiguientes días de incubación, y con precisión de cirujano, ayer, de amanecida, miriadas de virus se me vineron encima...
         Ni fiesta en grande, entonces, ni viaje al Amazonas.
         Como mi padre, a posponerlo el cumpleaños, por motivos de salud.
         Me quedo en cama, tiritando. leyendo y escribiendo.
         Leyendo, sobre todo, los pequeños mensajes que sdesde temprano se agolpan en la pantalla de mi computador.
        Gracias, a todos mis amigos, a mi familia, a mis hijos, a mi esposa.... que de algún modo estuvieron hoy conmigo. La mayoría, abrazos cibernéticos, saludos desde lejos...
        En casos como éstos, bien venida la tecnología. El cúmulo de tarjetas habría dado cuenta de algún árbol; o al menos de alguna rama, eso sí, bastante grande...
        Es grato saber, que a pesar de ser uno un solipcista, los demás lo recuerdan y lo quieren. ¡Salud, amigos, entonces! Aunque la salud hoy no esté conmigo.